jueves, 7 de enero de 2016

Las sirenas no existen.



Recuerdo a mi madre todos los 31 de diciembre, poco después de tomar las uvas, abriendo las ventanas de la casa para escuchar como los buques fondeados en puerto rompían el silencio de las calles vacías con su señal. Era algo que desconozco si sucedía en todas las ciudades porteñas del mundo o solo en la nuestra; era algo bonito,tradición que nos hacía sonreír.

Hace varios años que las sirenas no resuenan para darle la bienvenida al año nuevo. Quizás es la crisis la que ya no permite que los buques arriben a puerto, o simplemente es que alguien dejó de molestarse en  hacerlas sonar. Sea como fuere, mientras nosotros esperamos en la terraza,cada año con menos esperanza, el sonar de las sirenas, no puedo evitar imaginar al capitán en el puesto de mando, "tablet" en mano, felicitando el año a través de twitter mientras la tripulación envía por "wasap" gilipolleces y felicitaciones pre-cocinadas.

Se que a nadie le importa pero para mi madre y para mí significaba algo.
Que le vamos a hacer... solo es una cosa más en  la que dejar de creer, un paso más  hacia la destrucción de los detalles, una cosa menos en la que creer de las muchas que teníamos y las pocas que nos quedan. Solo es una cosa menos en la que creer... y, aunque, en las extrañas formas del mar, alguna vez las intuí nadando curiosas a mi estribor, ya no creo en sirenas y, visto lo visto, quizás sea lo mejor.
A pesar de todo cada año se abrirán nuestras ventanas, por si algún día quieren regresar.