miércoles, 10 de octubre de 2018

Onoda no se rindió.


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Una vez acabada la II Guerra Mundial, el oficial del ejercito japones Hiro Onoda siguió la lucha por su cuenta, guerra de guerrillas que continuó en solitario hasta 1974 cuando se le consiguió convencer de que realmente su país se había rendido treinta años atrás. Treinta años sobreviviendo en la selva, cumpliendo con el que entendía como su deber; en parte, eso es Japón.

No conozco Japón. He leído mucho sobre aquello, novela, crónica e historia; he estado allí, pero no lo conozco. No puedes decir que conoces un lugar y a su gente por haber pasando allí unos días, o unas semanas... y menos aun si del lugar del que hablamos es Japón, un país cerrado en sí mismo y abierto al mismo tiempo. Abierto, abanderado de la globalización y el capitalismo, y cerrado en una cosmovisión que un occidental difícilmente puede llegar a entender. Materia, naturaleza y una mente desprovista de teología y de Dios. Un reducto donde se enfrentan o conviven la acelerada modernidad y la tradición más exquisita.

Los japoneses no son mejores ni peores que nosotros, Japón no es ni mejor ni peor que ninguna de nuestras naciones europeas; es distinta. En Japón puedes encontrar lo más hermoso y lo más aborrecible del presente, puedes encontrar cosas, ideas , comportamientos que envidiar y comportamientos que rechazar y ahí reside el encanto del lugar, en la incomprensión, en unas miradas esquivas y respetuosas, en la búsqueda de la perfección en cualquier aspecto de la vida, en la belleza del instante.
Japón es la niebla abrazando un templo montaña arriba, un metro abarrotado cerca de Shibuya, sacrificio, luz y ruido en el centro de Tokyo, 3 segundos de reverencia entre marido y mujer...

Pero, sea cómo sea, yo no conozco Japón, solo sé que a pesar de sí mismos están a la vanguardia y a la retaguardia de todo, defendiendo su propia esencia frente a sus enemigos;para bien o para mal Japón no se rinde, como no lo hizo Onoda; y yo sigo intentando aprender de lo que vi y lo que leo, con la esperanza de comprender algún día todo aquello que me cuesta interiorizar, porque, a fin de cuentas, no se trata de leer a Mishima sino de comprenderlo.