miércoles, 13 de diciembre de 2023

La Eternidad.



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Os dejo un articulo con el que me encontre hoy, que, tal vez sin proponerselo, hace pensar en lo a la aligera que se hacen las cosas en un mundo de usar y tirar.
...para entender y respetar el significado de nuestros actos, de la trascendencia de nuestras elecciones en el transcurso del eterno desequilibrio de equilibrista que supone el vivir bajo palabra. 



Media Veronica. (Articulo de Esperanza Ruiz.La Gaceta 13/12/2023)

Dicen que el maestro Juan Ortega anda llorando en los bancos de las iglesias del Alto Tajo. Las lágrimas delante del tabernáculo son las que más verdad tienen. Somos quienes somos arrodillados ante el Crucificado. Ortega llora y yo le aplaudo desde aquí. El diestro se iba a casar la semana pasada, pero no.
Lejos de las acusaciones de cobardía, del miedo escénico, de la lectura epidérmica de la incomparecencia, lo suyo ha sido un compromiso íntimo con la salvación. El valor no es arrimarte a un toro —a cualquier peligro, a la faena que se tercie—; la hombría es no perder el alma ni arrebatarle al otro, de paso, el derecho a conocer la realidad de la vida que cree que vive.
A Ortega también le aplaude Marta, que es canonista. Durante un tiempo impartió cursillos prematrimoniales. El primer día comenzaba explicando a las parejas que se daría por satisfecha si al final del curso alguna decidía no casarse. Carmen Otte, la ex-prometida del torero, aprobaría de igual modo a Marta, si no estuviera ocupada recogiendo los añicos de su corazón. Carmen, como la media Verónica, estaba cansada de esperar y quiso ver al diestro hacer el paseíllo al altar. Ahora sólo escucha el rumor incesante de la rabia, sólo entiende de humillación y desamor. Pero un día dejará de poner flores en la tumba del pasado.
Curro Romero había regalado a Juan Ortega un capote dedicado y, sin saberlo, el burladero de la «espantá». Bendita sea ésta entre todas las traiciones. El desplante es una bala esquivada, una liberación desgarradora de las fauces de la mentira.
Juan miró dentro de sí y no encontró eternidad en Carmen. Las campanas que debían repicar como locas por el casamiento, tañen a muerto, a víscera inerte, como en un videoclip de Amy Winehouse. Sin embargo, he aquí un hombre bravo, con el peso de todo el amor líquido de nuestros días sobre sus hombros, brindándole a ella la posibilidad de ser amada. En tiempos en los que se aceptan matrimonios como se aceptan cookiesen momentos de sacramentos prostituidos, un hombre solo llora desconsolado en una iglesia del Alto Tajo por todos los mediocres que no saben contemplar con asombro la unicidad de una mujer. Por todas las mujeres que prometieron en vano y ahora viven en una novela de Galdós.
Gustave Thibon, que escribió sobre La crisis moderna del amor, no daría crédito ante la posmoderna. No entendería el desprecio por la excepcionalidad de unir destinos, la fragilidad de la voluntad, el desdén por el honor, la tranquilidad pasmosa con la que consumamos el fraude, la mercancía de supermercado en la que nos convertimos voluntariamente.  
Nos desenvolvemos mejor en el usar y tirar, en la seducción indiscriminada, en la pesca de arrastre, en la espera desquiciada por mensajes no respondidos, hasta que, agotados de buscar nuestra autoestima entre las citas del último mes o en los amores de barra, nos preguntamos si no querríamos ser mirados con exclusividad, contemplados en nuestra esencia y entregando lo que nadie más puede tener. Si, a cambio, no queremos que nos devuelvan la verdad de nuestra propia vida. Cuando alguien nos engaña decide, de forma unilateral, usurparnos la realidad de lo que vivimos y, además, se convierte en un extraño que alguna vez creímos conocer.
Un día, cualquier día, Carmen entenderá que el milagro es quedarse. Lo hará cuando encuentre a quien se arrodille sobre la madera desvencijada del reclinatorio de una iglesia de pueblo para dar gracias por su existencia.