sábado, 28 de enero de 2017

La flor.


El aeropuerto de Londres es un hormiguero, y sinceramente me agobia. Estoy leyendo, tomando un café esperando que a mi vuelo le den puerta en la pantalla y se me acerca Ana. Me tiende la mano, se presenta, y me dice algo que me desconcierta, "Te he hecho una foto".
Ana me ha hecho una foto furtiva y ahora viene a pedirme permiso para hacer lo que ya ha hecho... "siempre le pido permiso a la gente a la que le hago fotos para quedármelas, si lo pido antes la foto ya no es igual, claro...", Un poco desconcertado le pido que me enseñe la foto; mi vanidad se desinfla cuando veo una foto en blanco y negro de mis manos; no sé cómo se harán esas cosas pues no entiendo mucho de fotografía, pero se ven mis manos en primer plano  y el título del libro que sostienen mientras lo demás parece difuminarse; como digo, no entiendo de eso, pero la foto me gusta.
Se pide un café y se sienta a mi lado. Es extremeña y su acento no lo niega, es algo así cómo una moderna rural. Esta chica es más de campo que una amapola y esto contrasta con la argolla que cuelga de su nariz; viste como si fuera a ponerse a amontonar heno pero a amontonarlo con unos brazos completamente coloreados de calaveras, nubes y misticismo. Su vida está en el pueblo, pero ella quiso salir, lo que hace lo hace bastante bien, según me cuenta expone de vez en cuando en pequeñas galerías y en quince días lo hará en el east end donde dice creer que quedaría bien la foto que acaba de tirar.
A raíz de mi libro empieza a hablar de Steinbeck y Verne pasando, a un ritmo que me cuesta seguir, por los clásicos rusos...  lo cierto es que es agradable charlar con Ana y oír como trenza los fundamentos y motivos literarios de la literatura universal con el día a día de sus días. Reflexiona sobre la vida en las grandes ciudades y lo compara con su pueblo, este tema de conversación lo he propiciado yo claro; se debate entre una personalidad cosmopolita y el rechazo que le provoca la vida moderna, una vida moderna que, por su forma de ser y sus ideas campestres, la excluye. Reflexiona sobre la vida en general y sobre las contradicciones que encuentra entre sociedades dispares y mundos opuestos, no deja de parecer Alicia a través del espejo entre asfalto y cristal.
Dice no comprender del todo a los demás... ah! y su novio jacinto cuida cerdos, lo se porque también me enseñó fotos, de jacinto y de los cerdos.

Ana paga su café, se despide  y se marcha dando las gracias. "quizás me haga famosa con tu foto" me dice casi sin mirarme ya, "suerte" respondo, y la cruz tatuada que Ana lleva en el cuello desaparece en un mar de nucas y caras.

Me recordó a una canción pero no sabía a cual; hace poco me acordé y cierto es que Ana era como una flor que crece entre una maleza que la estrangula.
Mis manos quizás cuelgan en algún bar o galería de la capital inglesa, ojalá la vendiera y le dieran algo de dinero por ella, con eso pagaría el tiempo de espera que me quitó de encima y esta historia que contar.

".. y en los escaparates, detrás de los cristales se burlan de ella las flores artificiales, no necesitan aire, tampoco primavera, no necesitan agua ni nadie que las quiera. Entre el humo y el ruido, la gente se acelera, en este mar de gente es infeliz cualquiera, silbando melodías, aunque nadie la oiga soñando tonterías..."


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