domingo, 7 de marzo de 2021

Estandartes al viento




A pesar de ser cosas que nunca quise llegar a ser, a pesar de que casi he dejado de tener certezas absolutas y perdido la confianza infantil que tenía en los demás… a pesar de todo sigo empeñado en defender causas perdidas.

Siempre he creído en el sentido de la comunidad frente al individuo dentro del respeto a la libertad individual, en el grupo frente al consumo como respuesta al vacío existencial; pero es difícil pelear cuando los demás han dado su brazo por torcido y apenas queda ya una Roma que merezca la pena defender.
Entre los siglos cuarto y quinto se desmoronó el imperio, el enemigo no vino de fuera, no fueron las temidas hordas bárbaras las que arrasaron los caminos, fue la desidia y la decadencia de un pueblo acomodado, que descuidó sus deberes, sus creencias, su espíritu y fronteras dejándolo todo en manos de la inoperante complacencia. El ciudadano romano era dado a los placeres mundanos y al ocio, idolatraba el culto al cuerpo, el cuidado del entorno, la alimentación sana… incluso se puso de moda, entre las clases pudientes el  viajar… Solo era cuestión de tiempo que quien siempre acecha y solo buscaba sobrevivir se aferrara a esta curiosa similitud con el presente y la utilizara como caballo de Troya para derrotar al enemigo en su propio terreno; barbaros asaltando las fronteras de la civilización para su propio disfrute.

La rueda de los tiempos vuelve a girar y nosotros sumidos en la memoria selectiva y el desconocimiento de nuestra propia historia nos aproximamos al precipicio cabalgando a galope. No se premia el esfuerzo, está casi mal visto porque deja en evidencia la mediocridad y el conformismo de las mayorías, el sacrificio está desterrado de nuestro concepto de vida útil, porque hemos venido al mundo a “ser felices” (asumiendo por felicidad la erronea idea de posesión debienes materiales y cumplimiento ilimitado e inmediato de todos nuestros deseos); se ensalza al vago y a aquel que presume de su propia carencia cultural, se idolatra a gente sin recursos intelectuales, se les pone en un pedestal sustentado por excentricidades dinerarias que de poco o nada sirven más allá de controlar al ganado ovino en el que nos estamos convirtiendo. ¿Quién gana con todo esto? Lógicamente quienes ostentan poderes estamentales a cualquier nivel, conviene gente fácil de convencer y engañar, gente que no sepa a penas hablar de forma correcta (pensamos como hablamos, no lo olvidemos) y, mejor aun, gente que se piense formada hasta el punto de creer que una carrera universitaria te da cierto estatus intelectual, nada más fácil de manipular que una masa de gente que se cree lista, formada y preparada… caldo de cultivo para que aniden las más excéntricas y absurdas creencias de nuestro tiempo.

 ¿Quieres llamarlo pesimismo? llámalo, hace tiempo que todo concepto está tergiversado o prostituido… pero tened por seguro que entre los cascotes y las cenizas de una realidad destrozada permanecen en alto las picas de un tercio maldito e indómito, de un tercio que en los confines del pensamiento dominante defiende la “verdad” que tratan de enterrar, que engañada no engaña; y que se resiste a ser doblegada. Puede que todo esto no tenga sentido… o tal vez sí, el tiempo dirá, pero aunque llegue a ser mi pica la única en pie, y aunque a nadie más le importe, aquí no habrá  rendición.

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